Hace milenios, cuando solo las voces registraban los hechos grandes o pequeños de la vida cotidiana, las mujeres envolvían en una tela a sus hijos recién nacidos. Cómo no ver en ese gesto la creación de un espacio intermedio entre el vientre materno y el mundo exterior…
Los textiles, creemos, nacieron en
gestos como esos, en el ámbito de lo afectivo y como parte de una mirada de
mujer: para cubrir, dar calor, mantener vivo. Con el tiempo, el tejido será el
medio para decirnos, con el color y los diseños, que el mundo puede leerse a
través de signos, como si fuese un texto. En las grandes culturas americanas
esos signos constituyeron una suerte de lengua franca, y el tejido, un arte
mayor con numerosas funciones, entre ellas la de decir lo que las palabras no
alcanzaban a expresar.
Las evidencias arqueológicas señalan
que la actividad textil está unida al hombre desde épocas tempranas. La
arqueología, asociada a otras disciplinas, ha participado también en la
reconstrucción del pasado de los grupos de grandes tejedores que aún subsisten
y ha contribuido al descubrimiento de las continuidades mantenidas a través del
tiempo. Pero es preciso recordar que fueron los artistas y los historiadores
del arte quienes, a partir de la apreciación estética, pusieron en evidencia la
riqueza de ciertos materiales textiles que combinan técnicas impecables con
expresividad y belleza.
Nuestro tiempo es tecnológicamente
deslumbrante, pero borra la real proximidad de los hombres. Solo algunas
culturas mantienen un espíritu de naturalidad y de cobijo, y las apreciamos
como islas de humanidad (Guardini, 1960): son islas culturales en las cuales la mirada de mujer extendió su
acción relacional a la sociedad (Arquideo, 2004). Esas sociedades cálidas y de
cobijo –premodernas para algunos y exóticas para otros- deben atraer nuestra
atención. Son relicarios, y deben ser admiradas por lo que atesoran de tiempos
lejanos. En la actual provincia de Santiago del Estero se puede encontrar una
de esas sociedades cálidas, cuyo arte popular textil aún vigente evidencia el
mestizaje cultural y el resguardo de saberes.
En los cubrecamas –sobrecamas,
cobijas o colchas- santiagueños se puede reconocer una continuidad cultural
compleja y diversa.
Breve extracto del texto de Ruth Corcuera, en
"Teleras"-Memoria del monte quichua;
Ediciones Arte Étnico Argentino, 2.005
El tejido como cultura
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